Hoy me di cuenta, que cuando logro salirme del mundo sin que nadie me demande, cuando logro arrancarme al silencio que se esconde tras el bullicio incesante de los días y me ahondo en toda mi humanidad, cuando me encuentro con todo mi extraordinario “yo”, llegan a mí estados de felicidad que me empapan y dejan todo en una mansa quietud.
Ocurrió hoy; no quise ir a almorzar, quería caminar y respirar el día, sentir el suelo trenzándose emocionado bajo mis pies, escuchar el sonido del agua mientras corre apurado en el pequeño arrollo tras los árboles, y así lo hice, el día estaba luminoso y cálido aún estando en otoño, los árboles me miraban amistosos dando respingos de alegría, las hojas se abrían ante mí con todo su colorido, tornándose vivas y femeninas, el pasto se onduló deseoso de la tierra y yo, yo caminé como una musa imaginaria de algún poeta en un auto-impuesto destierro. Y fui feliz, por esos minutos fui inmensamente feliz ante la naturaleza toda que se abrió generosa para mí, ante el silencio del mundo, ante la quietud de mi pensamiento.