LAS INNOBLES DONCELLAS DE OTROS REINOS
Cierto que los países orientales tienen su propia dinámica. Por eso no entendemos el evidente (para nosotros) avasallamiento de algunas prácticas, como, por ejemplo, la de indignidad en materia genérica. Sabemos que la geisha, en Japón, rinde su voluntad al varón, lo que muchas veces es malentendido por nosotros. El Pabellón de las Bellas Durmientes, de Yasunari Kawabata, no podría haber nacido en otra parte más que dentro de esta cultura. Hay, en “este reino donde coinciden la muerte y el erotismo” (según consideraciones de Yukio Mishima a la obra de su protector), un servicio de unas bellas doncellas narcotizadas que acompañan, con su desnudez (pero no con su cuerpo), el sueño vano de hombres de edad fracasada.
En la India —leí en alguna parte— unas jóvenes muchachas acompañan la siesta de algún hombre ejemplar, solamente le regalan el calor de sus cuerpos intactos; Gandhi alguna vez recibió esta asistencia.
Michel Onfray —sensualista, materialista, hedonista—, recuerda la erótica de los trovadores y la práctica del amor cortés, y nos reconviene a propósito de la calidad de sujeto (y no de objeto) del cuerpo femenino. Las pruebas de los assays o asag comprometían el autocontrol frente al deseo: “el hombre debía tener tal dominio de sí que tenía que poder observar cómo su dama se desvestía y se acostaba desnuda junto a su cuerpo y no tocarla más que con